miércoles, 17 de enero de 2007




En opinión del arquitecto y urbanista, el litoral de la Costa Verde está en remate sin información ni consulta a los ciudadanos, y con la anuencia y promoción de los alcaldes.
El litoral no son lotes privados
Un feo bloque de hasta tres pisos ya se puede ver detrás de un cerco plástico de centenares de metros en Barranco, al lado de la bajada de Armendáriz en el litoral. Se suma así a un largo tramo ciego (restaurante, comandancia de policía.) y patentiza la amenaza de que los ciudadanos de Lima nos quedemos casi sin playa y sin la vista al mar que siempre tuvimos, sin recursos y derechos que son públicos y que, ahora, entre confusas explicaciones, servirán para rentabilizar algunos negocios privados.
Lo privado entendido como anulación de lo público, y no como aliado, a contracorriente de las recetas de éxito en todas partes (Puerto Madero en Buenos Aires, el malecón en Guayaquil, el frente del mar y las playas recuperadas en Barcelona, el río Mapocho en Santiago, las playas de Río). Como enclaves para esa limeña y cortesana exclusión social, como tantas discotecas cuyo inaceptable olor a apartheid tiene la coartada de lo privado.
Y, además, sin calidad ni pertinencia estéticas, como banales eventos exhibicionistas. Pues hay arquitecturas para costa, y estas no las son. No se han enterado de que hay cómo conseguir trasparencias y diálogos con el paisaje, y trasladan al mar la banalidad de lo puramente comercial y suburbano. En una ciudad que tuvo tan buena arquitectura costera y tanto valor grato en lo público (La Punta, La Herradura, los baños de Miraflores y Barranco). Que tuvo parques, malecones, espacios públicos.
Pero, claro, se necesita valorar lo público, lo de todos. Y eso hoy, tristemente, parece pedir demasiado. Cada uno a la suya; lo de todos es de nadie o del primero que se lo agarre, con o sin derecho, con o sin explicaciones.
Entonces, el litoral está en remate, al parecer. Sin información ni consulta elementales a los ciudadanos a la medida de una decisión de tal significado. Y con anuencia y promoción casi comercial por autoridades distritales elegidas cuya primera misión debería ser representar a esos ciudadanos y cuidar sus bienes y patrimonio, físico y ambiental. Y lo grave es que todo está alentado por funcionarios que responden a la confianza del alcalde metropolitano. Y que no han informado oportunamente al Concejo pese a requerimientos reiterados, sino cuando ya se trata de hechos consumados.
Esto se hace y pretexta revalidando que lo que ya pasó antes estuvo bien y que así se hace ciudad. Que lo que pudo ser mal decidido hace más de diez años, en plena grave crisis económica, cuando además teníamos un Estado colapsado y no había inversionistas ni ahorros, obliga y debe seguir hoy, pese a que los proyectos sean erróneos y sus derechos ya no rigen.
Recordemos que hace unos diez años se entregó en remate suelo público para proyectos tan absurdos y poco responsables en su urbanismo como el hasta hoy inutilizable Estadio Monumental de la "U", que pese a su enorme inversión y a la confianza e ilusión que le pusieron los hinchas, puede servir, aunque con congestiones de tráfico, para conciertos de Floricienta pero no para partidos importantes de fútbol, porque el proyecto se hizo sin atender al hecho elemental de que no hay estadio en el mundo que no comience por diseñarse en función de accesos y evacuaciones. Y, en el Monumental, las barras contrarias tienen que ser de patas porque todos entran y salen juntos, delante de barrios cuyas ventanas renuevan sus vidrios cíclicamente.
O cuando se edificaron en el litoral artefactos como ese búnker de nombre Costa Linda. Y se decidió desaparecer La Herradura y el Morro Solar, bombardeándolos de edificios. De entonces data un mal llamado Plan de la Costa Verde, que ni es verde, ni es plan, ni trata el tema de la costa.
Pues es principalmente una simple lotización. No propone un esquema de conjunto, no establece lineamientos para manejar la línea de marea y extender las playas, no tiene una pauta vial clara; tampoco conceptos de accesibilidad o medio ambiente, y no garantiza que no se repita varias veces el descalabro que significó el empedramiento de La Herradura, por una acción aislada que desmontó el equilibrio natural.
A la autoridad de la costa parece no interesarle ni competerle que nuestra llamada Costa Verde en la realidad es o marrón o color asfalto y que en ella no hay ni malecones, ni veredas, ni árboles, ni iluminación, ni paraderos, ni normas, ni seguridad, ni escaleras en buen estado, ni señalética, ni actividades. Ni plan.
Y ahora no habrá nada de todo lo anterior, pero sí algunos negocios que se quedarán veinte años tapando el mar.
Cuando se informó al Concejo de Lima que se constituía la autoridad de la Costa Verde, pedimos que la primera e imprescindible tarea debía ser cambiar ese plan de lotización por uno de desarrollo y establecer una nueva visión y una propuesta actual.
E informarlo al Concejo Metropolitano y a la sociedad. Y es por la prensa que se da cuenta de que, por presuntas insuficiencias económicas y falta de aportes distritales, esta tarea elemental y previa de un plan actual no se ha hecho. Pero ya se entregó suelo público y suponemos que licencias, ya que hay obras. Y se ha entregado derechos (si es que los hay, ya que importantes juristas lo cuestionan) por nada menos que veinte años. Lo cual impedirá ordenar la costa cuando haya un plan serio, que se dice que ya viene pero no se hace. Y así no hay quien apoye el indispensable plan del litoral, pues solo será un tardío inventario de despropósitos e improvisaciones con las elecciones cerca.
Una generación tendrá ante sus ojos, en vez de ese mar de todas las generaciones anteriores, estas piezas mediocres de ningún rompecabezas. Pero para vendernos esto hay un folleto municipal barranquino que nos ofrece un Miami de tercera categoría como futuro, abundando en cuentos como que las playas seguirán abiertas y todos seremos felices viendo cómo se bañan, cómo pasean en bote de vela y cómo consumen quienes libremente disfrutan de locales de cinco y cuatro tenedores.
Un Barranco que mandaría a Martín Adán al asilo, que no sabe quién diablos fue ese tal poeta José María Eguren ni cuál es la gracia de la Bajada, del puente de Chabuca, del funicular o de la ermita. Un Barranco "para gente como uno", hermanada en el espacio del litoral a esos inefables delfines, a esos chorritos iluminados de agua color chicle de menta que han convertido un puente en torta y a esas estatuas tan aeropuerto de Miami que en Chorrillos dan la hora y seducen novias.
Y hay también un video municipal, esta vez de la autoridad metropolitana, que nos ofrece una Costa Verde modelo ya no ya. Torres de departamentos de lujo dan el inicio de una desafinada sinfonía en género huachafo exquisito, superando los anteriores logros de esta ciudad que inventó la palabra. Los acantilados brillarán, y a lo largo, como gemas de ónix, habrá de todo como en botica, dejando ver de vez en cuando el mar. Restaurantes de lujo, exclusivas canchas deportivas, espigones donde tomarse fotos y, seguramente, muchísimos guachimanes uniformados de esos de discotecas.
Y por si faltase quién lo promueva ahora, se suma a su elogio una novísima Facultad de Arquitectura que ha convertido este tema en su manifiesto neoliberal, y en páginas enteras de periódico anuncia que va a formar arquitectos que sean verdaderos negociantes, y que conviertan ese viejo litoral de todos en complejos hoteleros para los que tengan plata.
Ante esta pesadilla prometida con entusiasmo, y ante el absurdo de que el Concejo Metropolitano no tiene vela en este entierro (ni en ninguno), lo deseable sería que nuestras autoridades con poder asuman su responsabilidad y no la transfieran si va a servir para recalentar esperpentos. Y que esto se detenga y reordene desde la Alcaldía, como cuando Andrade detuvo el despropósito mafioso de la Luchetti, que tantos defensores y ambivalencias tuvo en su tiempo, aunque ahora muchos lo olviden.
La metrópoli, en la persona y autoridad del alcalde Luis Castañeda, cuya voz no se ha oído, y cuyo sentido de responsabilidad la ciudadanía aprecia y reconoce, debe defender otra idea y otro tipo de responsabilidad con un bien público irrenunciable, el litoral, que se debe desarrollar con plan y proyectos que merezcan ese nombre, donde lo público sí se valore y defienda, y no con estas improvisaciones. Es exactamente el caso de las escaleras que Castañeda ha desarrollado, que dignifican, revaloran y consolidan el espacio público. Y sentido de solidaridad, de lo que es y debe ser de todos. Y eso es el litoral, cuyo abandono por culpas municipales compartidas no justifica sacarlo a remate. Y menos tan barato y tan mal.
Además de ser un error de ética y de estética, lo es de sentido empresarial. Recuperar el valor de lo público, además de generar ciudadanía y dar seguridad, es también la base para multiplicar mejores negocios privados, que lo son cuando se alían con lo público y no cuando conspiran contra los derechos de todos, fabricando chiringuitos oportunistas.
El espacio público es eso que dice su nombre y no una mercancía de cambio y libre disposición. Nuestro litoral no son lotes.

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