¿Es tan difícil tener al menos un bonito malecón al borde del mar?
Este verano el debate está al rojo vivo. Al mar picado se ha lanzado hasta el presidente Alan García Pérez, entusiasmado con la idea de extender la costanera desde Chorrillos hasta el Callao, consolidando un asombroso frente marino que volcaría la capital hacia el mar de una buena vez por todas. Pero una vez más, la idea de construir una “exclusiva red de hoteles, restaurantes o departamentos” contra los acantilados se zampó en la escena.
A principios del año pasado, la Autoridad del Proyecto Costa Verde hizo suya la propuesta de los arquitectos peruanos Manuel Zubiate y Raúl Flórez de dar en concesión ciertas zonas de los acantilados a inversionistas privados. La idea empaquetada como “Inversión privada, beneficio público”, propone financiar el desarrollo de áreas públicas y del malecón soñado sobre la franja costera, básicamente con el dinero recaudado en las concesiones (CARETAS 1972).
Eso es lo que hicieron precisamente Zubiate y Flórez en Ecuador, donde diseñaron magníficamente el Malecón 2000 de Guayaquil sobre el río Guayas.
Sin duda, uno de los ejes del debate es la idea de alterar el gran farallón de Lima, como tituló CARETAS 2016, en marzo pasado. “Cada vez que recorro la Costa Verde me siento admirado por la morfología escultórica de sus macizos”, describió el arquitecto Miguel Cruchaga. Los acantilados “se contraponen a la amplitud quieta y vibrante del mar y lo hacen con una plasticidad que habría admirado el propio Henry Moore”, comparó.
Cruchaga reclamó se respete la “identidad” de la franja costera limeña e invocó a las autoridades declarar la “intangibilidad” de los farallones. Sus elocuentes palabras no parecen haber caído en saco roto. El debate alcanzó un punto de inflexión pocas semanas atrás cuando el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, descartó el proyecto de Zubiate y Flórez, y priorizó más bien aquel del arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos, acaso más sencillo pero más integral, según algunos observadores.
“El modelo de lote y maximización de renta dará como resultado una continuidad de episodios sin unidad de conjunto –como si fueran pozos de petróleo. Ahí tenemos por ejemplo el esperpento de Costa Linda en Chorrillos”, dramatizó Ortiz de Zevallos. “La Costa Verde es un gran espacio natural, donde se debe ir labrando el paisaje donde se preste, con escaleras y sistemas de verde, para ir “tejiendo ciudad”, entre el área urbana, arriba, y la playa, abajo”.
En resumidas cuentas, nada muy distinto a la espectacular Bajada de Baños de Barranco –hoy hecha trizas por la molicie edilicia– o la entrañable pareja de malecones en Chorrillos, construidos hace más de una centuria por limeños acaso menos ambiciosos, pero más sensatos que muchos de sus actuales congéneres.
Las cartas están echadas, pero la partida está lejos de terminar. “Se ha satanizado nuestro proyecto, dando la idea que el total de los acantilados serán construidos cuando solo se tocará el 20%”, dice Flórez. Pero por su experiencia con Guayaquil, y las trabas que confrontaron al principio, el arquitecto está convencido que tarde o temprano se tendrá que hacer el proyecto. “Si queremos que la Costa Verde sea un espacio público de altísima calidad, totalmente democrático y seguro, que sea mantenido sin costo los 365 días del año, debemos separar los roles público y privado: reglas claras municipales que atraigan la inversión privada”, dijo Flórez.
Pero en esto de roles públicos y privados hay que tener mucho cuidado. “Creer que un inversionista privado va a generar vía pública es un tanto soñador”, sintetiza Ortiz de Zevallos. Sin embargo, admite que la inversión privada puede ser un socio clave en el desarrollo de la Costa Verde (ver entrevista).
“El presidente García ha ofrecido S/. 25 millones –o S/. 3 por habitante de Lima, el equivalente a un chocolate Sublime cado uno–, y se podría reacomodar el presupuesto de Lima y los distritos, pero el problema es que la caja no alcanza”, dice Ortiz de Zevallos. “Habrá que hacer una chanchita”.
No alcanzará para financiar los proyectos más ambiciosos y, muchas veces, faraónicos, pero sí para construir un simple malecón que articule el de Chorrillos con los 15 kilómetros restantes de playa. Al menos el alcalde de Miraflores, Manuel Masías, está embalado. “Yo creo que podemos recibir el próximo verano con un espacio mejorado, el malecón avanzado y hasta una piscina de agua salada”, chapucea de entusiasmo Ortiz de Zevallos.
Mientras las discusiones van y viene como las olas del mar, edificios han empezado a “descolgarse” de los acantilados en Barranco. Un largo crespón cubre el farallón sobre el cual se construye el edificio Bresciani, diseñado por Mario Lara. El último departamento se vendió a 2,250 dólares el metro cuadrado. Sin duda, un gran negocio inmobiliario gracias a su privilegiada vista al mar, pero nada aporta al mejoramiento de la Costa Verde.
Al caer la tarde, el Sol, una bola naranja y perfecta, se sumerge lentamente en las aguas del Pacífico. El debate se mantiene al rojo vivo. (Caterina Vella)